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Noquear al rival: la política convertida en depredación

La competencia electoral se ha transformado en un ring donde la golpiza simbólica vale más que la propuesta. Ya no se debaten ideas: se persigue, se insulta y se fabrica la verdad conveniente.
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Roberto Caferra para Rosario 3 | 

Imagen ilustrativa de google

Noquear al rival: la política convertida en depredación
13.10.2025 20:07 | La diputada Romina Diez transita un parque promocionando el espacio al que pertenece. La intercepta una mujer que la insulta. Con los celulares grabando todo, la diputada la invita a debatir. La mujer que la agrede con insultos prefiere seguir insultando e irse. Es un método o un estado de ánimo. Hacernos percha mientras buscamos una salida.

No es nuevo pero los sicarios de la mugre atacan de nuevo y van. A tres semanas de las elecciones legislativas la política argentina se muestra zigzagueante sobre sobre los problemas reales de su población. Lo que importa es ganar la contienda y buscar un buen título para “viralizar” la noche de la victoria.

La política contemporánea parece haberse enamorado del verbo noquear. No es una metáfora elegante; es una instrucción operativa. Se busca dejar al adversario fuera de combate público antes que confrontarlo en una lucha de ideas.

Ese hábito —la lógica del KO— convierte a la campaña en un terreno de depredadores (citando a Giuliano Empoli, pensador de moda). No interesan los proyectos ni las discusiones públicas: interesa el golpe preciso que viralice, que reduzca al otro a un tuit o a un escándalo. La agresión es eficiente; la argumentación, cara y lenta.

Cuando la prioridad es dejar sin aire al contrincante, el debate desaparece. Los grandes temas —educación, salud, trabajo— son rehenes de mensajes prefabricados y operaciones de prensa. Las preguntas que deberían mover la agenda no nacen de la inquietud ciudadana, sino del cálculo estratégico.

“No nos movamos sin antes hablar con los consultores”, había ordenado una convencional constituyente amante de la gestualidad insultante. Es que la regla de esa postal contagia a todos. Todos aceptan de rodillas la orden del “Consultor”, que se mueve con el ondulamiento de los ofidios, invisibles pero letales.

La aparición de testigos cercanos a hechos de corrupción, los Pontaquartos de este tiempo, como Gastón Alberdi, quien ayer volvió a insistir con las complicidades políticas en el lavado de dinero narco en las campañas electorales, no se resuelve en los tribunales sino en los portales y las redes sociales.

-¿Qué lo motiva a realizar ahora sus denuncias? Le pregunté en Radiopolis (Radio 2).- Soy descendiente de Juan Bautista Alberdi, quiero ser honesto con el compromiso que delega el apellido y la descendencia, respondió después de acumular una catarata de denuncias.

Defecto del oficio. No creí en la sinceridad de su respuesta. Insultos, medias verdades, rumores, espionaje sucio: el repertorio se amplía y se normaliza. La campaña se convierte en un espectáculo de daño. Y lo peor no es solo la violencia retórica: es la erosión de la confianza. Si todo es operación, nada será creíble.

La técnica de “operar” al rival tiene un efecto colateral: anestesia. Ciudadanos y ciudadanas se cansan de la bronca permanente y pierden el deseo de participar. La política, que debería ser terreno de transformación, queda reducida a feria de golpes bajos. Todos son y serán lo mismo en ese lodo discepoliano que alguna vez se planteo en el siglo Cambalache.

Esta semana una prestigiosa encuestadora salió a plantear una instantánea brutal para la elección del 26 de octubre. En Rosario, Caren Tepp duplica, según Nueva Comunicación, la encuestadora de Cesar Mansilla, a la vicegobernadora Gisela Scaglia en intención de voto. Fue un relevamiento telefónico, con márgenes de error, etc, pero su presentación euforizó a los victoriosos y condicionó a los derrotados.

Es que las encuestas también se volvieron parte, aunque no lo quieran, del dispositivo de poder: se presentan como ciencia, pero muchas veces funcionan como estímulo emocional. No miden; modelan. Buscan incidir en el ánimo colectivo más que reflejarlo. Y lo hacen con el dato efímero sobre los hombros: nadie reclama a los encuestadores cuando fallan, ni cuando algunos operan disfrazados de analistas. En el ecosistema político actual, la encuesta es otra serpiente del pasto: se mueve silenciosa, ofidiamente, alterando la percepción antes que la realidad.

Resistir a la lógica del noqueo no es nostalgia por los buenos modales; es defender el debate con transparencia informativa y responsabilidad por las acusaciones..Los partidos y los líderes que apuestan al KO podrían ganar batallas cortas; te noquean o como dicen los piben “te doman” en una esquina del mundo stream pero no resuelven ningún problema. Está claro que las autoridades del país creen que se gobierna humillando “al otro”, sin atisbos de consenso para dialogar o negociar.

Mediodía rosarino. El rico café de Augustus me presenta al periodista Elio Abaca entrando de golpe a una conversación. “Si te quedas un minuto te traigo algo”, me dijo el notable maestro, nunca retirado del oficio. A los minutos apareció con un ejemplar de “Los Ingenieros del Caos” de Giuliano da Empoli. “No dejes de leerlo”, sugirió amable y siempre consejero. El texto y su autor sobrevuelan con precisión este tiempo.

En Los ingenieros del caos, Giuliano da Empoli desnuda la maquinaria invisible que transformó la política contemporánea en un laboratorio de manipulación emocional. Detrás de los líderes populistas —de Trump a Salvini—, revela un ejército de estrategas digitales que reemplazaron el debate por algoritmos capaces de detectar miedos, resentimientos y deseos colectivos.

Empoli muestra cómo la racionalidad fue sustituida por la ingeniería del impulso: la política ya no convence, sino que estimula; ya no educa, sino que irrita. Y en esa lógica de la provocación permanente, los votantes se vuelven soldados de causas fabricadas a medida.

Ese laboratorio que describe Empoli tiene su réplica criolla. En la Argentina, la ingeniería del caos encontró terreno fértil: equipos enteros dedicados a modelar emociones, redes que amplifican el odio y consultores que convierten cada tropiezo ajeno en tendencia.

La política dejó de hablarle al ciudadano para hablarle al algoritmo.

Lo que importa no es convencer, sino hacer ruido; no es construir, sino destruir la reputación del otro.

Así, el “noquear” se volvió método, y el caos, estrategia.Quizás el antídoto no sea una nueva tecnología, sino una vieja costumbre que tuvo la política: volver a hablar con la gente, mirar a los ojos, escuchar antes de responder.

Recuperar la conversación pública como espacio de encuentro y no de demolición.

Está claro que, con la mitad de la población en la pobreza, necesitamos menos ingenieros del caos y más artesanos de ese diálogo que alguna vez nos hizo creer en algo o en alguien.
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